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No hay nada como el tiempo para poner las cosas en su lugar. Una amiga me preguntaba hace días…»¿Cómo ha sido la experiencia?» y yo le respondía…»Necesito tiempo, distanciarme de todo lo que ocurrió de manera tan intensa, para hablar de ello con objetividad».
Igual que la experiencia de aprendizaje necesita tiempo en el barril de nuestra bodega imaginaria, para que el vino que destile sea intenso y rico, las vivencias necesitan despegarse de lo superficial, para quedarse con la esencia, con lo importante.

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Aprovecho unos días en soledad y silencio para recorrer la casa y sus estancias, para quedarme sentado en una de las humildes sillas del espacio de creación del CDR. Allí siguen revoloteando las voces, las risas, el llanto, los miedos, los límites, la incertidumbre, la angustia y la soledad…Todos los integrantes de la experiencia de colaboración entre la Universidad de Indiana del Sur-EE.UU. y el Centro Dramático Rural de Mira hemos vivido una experiencia similar, hemos estado alejados de nuestro espacio personal de confort. Ha sido un viaje sin rumbo concreto, aunque los que conducíamos el barco sabíamos que nuestra intuición no nos engañaría.

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Todo aterrizaje, tiene algo de brusquedad y desconcierto… Cuando llegamos a las sencillas instalaciones del CDR, hubiera dado un dedo de mi mano derecha por saber qué pensaron los huéspedes; seguramente, se hicieron la pregunta…»¿Dónde me han traído?».

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Pero bueno, había wifi y hoy en día, tener wifi permite estar conectado con el mundo exterior, los aparatos electrónicos se convierten en la extensión de nuestros brazos. Creo que hubiera sido más interesante realizar la experiencia sin wifi pero hoy en día esto es imposible; tal vez algún día proponga una estancia en el CDR sin conexión virtual con el exterior.

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Más allá de la dispersión y desconcierto que se produjo en los primeros momentos, el obstáculo más difícil de saltar fue, saber quiénes éramos y qué esperábamos realmente de este trayecto a ninguna parte. Estoy acostumbrado a trabajar con grupos que no saben lo que quieren o quieren lo que no pueden conseguir; desde mi experiencia y habilidades, trato de hacerles llegar al mejor de sus mundos posibles; algunos se instalan allí y otros regresan corriendo a su lugar de origen.

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Podría extenderme en las dificultades que hubo, de todo tipo, logísticas, de convivencia, de adaptación, de falta de escucha al otro y a uno mismo…Tantas pequeñas torpezas, fragilidades, equívocos, desencuentros…vamos…¡Como en la vida!. Pero no, voy a hablar de todo lo que no vi en ese momento y que, ahora, con algo de distancia; dentro de más tiempo entenderé mejor todo lo que ha pasado, lo que he crecido, creado y aprendido con esta experiencia.
Es imposible no pensar, a priori, como será un evento conforme se va acercando la fecha de su realización y como siempre pasa, cuando llega, todo es diferente a cómo se imaginó.

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Mi función tenía que ver con la dirección del espacio y actividades del CDR y, en paralelo, tenía que desarrollar una experiencia de creación escénica, con las alumnas convocadas, a partir de textos escritos por monjas españolas y portuguesas hace cuatro siglos.

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¿Cómo se hace una creación escénica con mujeres cuya experiencia escénica es mínima?…Y además…¿Cómo se puede conseguir dejar de lado el tópico sobre el teatro para dejar espacio a una experiencia personal a través del teatro?. ¡Difícil reto!, si…pero apasionante!.

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¿Qué sentido tiene hacer teatro hoy si no es para que crezcamos personalmente?, sobre todo si no hay la presión de un resultado concreto si no que el sentido que ha de tener es adquirir herramientas para saber mejor como manejarnos en la vida y en este caso, para que las alumnas pudieran tener nuevas formas de enseñanza a través de la escena.

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Se que no se puede empezar la casa por el tejado pero no hay que perder de vista la idea de que una casa sin cubierta es inhabitable.
La primera semana había que jugar, pero para mí, el juego es algo muy serio, así que les puse a jugar con sus secretos y recuerdos. En la segunda semana, había que empezar a explorar los textos, a ver qué contaban y qué queríamos contar nosotras con ellos y, sobre todo, si había espacio para que hablásemos de hoy y no solo de hace cuatro cientos años; iba a entrar a escena: La metateatralidad.

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En la tercera semana hubo que dejar la mesa y la silla, para lanzarse al vacío, al espacio inesperado, al lugar donde todo puede existir y nada tener sentido. Ahí empezó a darse la mano la vida con el teatro y, aunque seguían apareciendo las resistencias en el día a día, por los tiempos, el calor, las moscas y el cansancio…Ahí estuvimos.

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Es verdad que no todo el mundo puso el alma en el trabajo, cada una sabe lo que puso, no hace falta que nombre a nadie, agradezco a las que se entregaron con cabeza y corazón porque dieron sentido a esta propuesta y también agradezco a las que no se entregaron sin límites o lo hicieron de puntillas, porque ellas también me enseñaron que no hace falta aspirar a grandes logros, basta con ver y tocar la belleza de lo imposible por un momento. La cuarta semana la dedicamos a ajustar los momentos, las secuencias, las diferentes texturas que transitaban del pasado al presente y de este, al futuro.

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La culminación de esta propuesta fue la presentación en la capilla de la Fundación Antonio Pérez de Cuenca, una ocasión estupenda para empezar a constatar si el edificio dramático construido se sostenía por sí mismo.

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Y como cierre del laboratorio, la presentación en Ca La Celia del CDR, la emoción que sentí en aquella noche es muy parecida a la que he experimentado en mis estrenos en Madrid, porque, para mí, era un estreno, de una obra de teatro-experiencia que solo se pueden realizar en un espacio y tiempo sin ruido como es el CDR de Mira, a pesar de tener wifi.

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La despedida de la estancia fue con una exposición a las alumnas de las razones y proceso del proyecto que realicé hace más de una década: 11 VOCES CONTRA LA BARBARIE DEL 11-M. Y así llegó la despedida, llena de emoción, cargada de sensaciones y voluntad puesta al servicio de una pieza inolvidable e irrepetible: ECOS DE LOS CLAUSTROS.
Adolfo Simón

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