Esta página del diario de invierno la he arrancado de mi libro de viajes soñados. Si, uno sueña con visitar algunos lugares al menos una vez en la vida, mientras llega ese momento, se realizan en sueños. A veces, en confianza, he hablado del viaje más soñado, lo he dicho susurrando, como si pudiera perderse la posibilidad de realizarse si se decía en voz alta. Todos tenemos un viaje soñado, el mío siempre ha sido el mismo: Grecia. Si, el lugar donde el teatro empezó, allí donde Edipo se arrancó por primera vez los ojos para no mirar el horror de su mundo; hoy seguiría huyendo hacia la oscuridad si viese lo que ha pasado en ese hermoso país. Escribo esta página aquí porque he viajado hasta Atenas y el Peloponeso gracias a las piezas creadas en el CDR: Books y Karenina. Con mi maleta he aterrizado allí para ver que un país lleno de luz está ahora en blanco y negro. Cuando oigo quejas sobre los problemas cotidianos en nuestro país, pienso en griego, pienso en qué fácil destruye el hombre la belleza y la memoria. Pero hay algo incombustible y es la pasión por la expresión y la denuncia. En una semana he podido comprobar como los jóvenes siguen soñando un imposible, en las barricadas o en los escenarios. Cuando ya no hay nada que perder, todo se puede ganar. Admiro y me emociona pensar que se puede hacer teatro con una tela en el suelo, he visto los genes de Dionisios en los ojos de los actores y actrices que han dado sentido al Festival de autores españoles en Grecia.
Me he perdido también por sus calles, por sus rincones, entre sus gentes para, por un lado, confirmar que en todas partes hay la misma inercia y al tiempo, darme cuenta que todo puede volver a cobrar vida, se puede dar un paso al lado, aunque se esté al borde del precipicio. Sé que no he encontrado el país que soñé ni me importa, he viajado al sueño que tenía que vivir hoy, para saber que todo se puede volver a reinventar y que la vida sigue dándose la mano con el teatro porque este siempre estará ahí, hablando desde las piedras genuinas donde Eurípides vio cobrar vida a sus personajes o descubrir la monumentalidad en Epidauro. Toda una lección de vida para mí hoy.
Gracias a todos los que he conocido y con los que me he comunicado con la mirada, la mirada sin tiempo.
Adolfo Simón
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